miércoles, 30 de octubre de 2013

LA EDUCACIÓN COMO EXPERIENCIA DE CONVERSACIÓN

El martes 29 de octubre nos visitó Carlos Skliar, quien nos dió una extraordinaria charla sobre educación a los docentes del SUMMA.
Carlos Skliar es Doctor en Fonología, especializado en Comunicación Humana. Es investigador del Conicet y de FLACSO, y es autor y compilador de varios textos sobre una pedagogía de la educación y la diferencia.

Aquí les ofrecemos una síntesis de la charla, para compartir con ustedes el camino de formación y reflexión en el que estamos en el SUMMA.

LA EDUCACIÓN, UNA EXPERIENCIA DE CONVERSACIÓN

La educación como una “conversación entre desconocidos”, atravesada por temporalidades diferentes, por una percepción diferente del tiempo.

En esta conversación, de un lado estamos los docentes, y del otro podemos catalogar a:
-          Los nuevos: aquellos para los cuales la educación siempre está trabajando, aquellos por venir, a los que queremos dejarles un mundo mejor. Cada gestión saca siempre un nuevo documento acerca del “nuevo”, una figura que se nos escapa, que nunca sabemos del todo quien es
-          Los anónimos: aquellos con los que nunca hablamos, los que pasan por la escuela masiva sin ser vistos, los que quieren ser “dejados en paz”, quieren pasar desapercibidos. Siempre son juzgados.
-          Los diferentes: siempre condenados, siempre en un espacio de sospecha, algo funciona mal en ellos. Existieron en toda época: el leproso, el homosexual, el indígena…. Conversamos con ellos, pero íntimamente pensamos “dudo que puedas conversar”.

En esta conversación, el lenguaje educativo muy pocas veces conversa con “palabras propias”. Está tomado por “simulacros” del lenguaje:
-          Lenguaje economicista: la educación como “garantía de éxito”, como futuro, como fracaso, todos términos puestos en sentido economicista, de mercado
-          Lenguaje jurídico/racional: leyes, reglamentos, derechos y obligaciones que son mencionadas a diario en las escuelas
-          Lenguaje técnico: hablamos de curriculum, didáctica, programas.
-          Lenguaje moralizador: los docentes nos posicionamos como “apóstoles” de la verdad, del Bien en contra del mal
-          Lenguaje mediático: es parecido al moralizador, pero le suma mucha violencia y chismes
-          Lenguaje de autoayuda

Entonces, bajo este panorama de una conversación tomada por otros lenguajes, hay que restituir la educación a la Patria de los Afectos, a la amistad y la hermandad. Estar en el afecto, afectar al otro y dejarse afectar por él. Una afección recíproca en la que no hay ninguna deuda, nadie le debe nada a nadie, sólo hay donación, gesto que no pide retorno. El afecto no habla de diversidad ni de inclusión, usa un lenguaje propio, sin afectaciones.

Hanna Arendt planteaba dos preguntas clave que debemos hacernos:
·         ¿Amamos lo suficientemente al mundo como para salvarlo?
·         ¿Amamos suficientemente a los demás como para no dejarlos librados a su suerte?

Entonces cabe preguntarse qué gestos éticos cometemos a diario para que los anónimos y los diferentes no queden librados a la suerte de la tradición, de eso que se ha establecido como lo “normal”. Podríamos comenzar por la mirada, por un “amor a primera vista”: te miro y te considero un par. Esto garantiza la igualdad como punto de partida, y no como meta. Si no hay una igualdad inicial, se va profundizando la separación entre los sujetos. Y en esto juega un rol fundamental la mirada: hay miradas que manchan y miradas que matan, y la educación debe evitar esas miradas.

Y como la escuela no está hecha, se hace a diario, entonces esta conversación gira en torno a lo que hacemos vos y yo. Pero no a partir de la subjetividad: el hecho educativo trasciende el vos y el yo. La conversación nos habilita a pensar y sentir más allá de lo que somos. Permite ser más allá de lo que somos. Es una invitación permanente a salirse del yo. No se enseña sólo lo que se sabe, porque de ese modo nunca seremos otra cosa.

Hay que olvidarse de lo normal. Fuera de lo normal está el tiempo. Cuando no tenemos tiempo, necesitamos juzgar y etiquetar bajo la idea de normalidad. Y educar pasa por ofrecer signos, por poner signos a disposición de los demás, para que ellos los descifren a su tiempo y a su modo. Esto es una rebelión, el sistema no soporta esto, necesita evaluar, preguntar “qué hiciste con lo que te dí”. Claro que esto nos interesa, que queremos saber qué hicieron los estudiantes con los signos que le donamos. Pero no en forma de fórmula ni de cronología. Esa obsesión del sistema de que esa devolución sea en tiempo y forma, y lo más parecida posible a lo que yo dí… Trabajo para un sistema, pero trabajo con personas. Entonces hay que pensar más lo educativo desde lo fragmentario, y no tanto desde la totalidad.

Para la pedagogía, el instante tiene que terminar, para poder ser pensado y evaluado.

Para la poesía, el instante tiene que ser interminable.


Entonces una pedagogía del instante y de su intensidad  tiene que ser aquí y ahora, esto tiene que tener sentido aquí y ahora, no después. Ante la enorme soberbia de la pedagogía, hay que prometer poco. Que no es poco, si dura para siempre.

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